Apuntes biográficos
Sócrates (470-399 a.Xto.), filósofo griego fundador de la filosofÃa moral, o
axiologÃa que ha tenido gran peso en la filosofÃa occidental por su
influencia sobre Platón.
Nacido en Atenas, hijo de Sofronisco, un escultor, y de Fenareta, una comadrona
(lo que ha dado lugar a alguna comparación entre el oficio de su madre y su
actividad filosófica, pues ayudó, con su método, a "dar a
luz" a las ideas), recibió una educación tradicional en literatura,
música y gimnasia. Más tarde, se familiarizó con la retórica y la dialéctica
de los sofistas, las especulaciones de los filósofos jonios y la cultura
general de la Atenas de Pericles.
Al principio, Sócrates siguió el trabajo de su padre; realizó un conjunto
de estatuas de las tres Gracias, que estuvieron en la entrada de la Acrópolis
hasta el siglo II a. C.
Durante la guerra del Peloponeso contra Esparta,
sirvió como soldado de infanterÃa con gran valor en las batallas de
Potidaea en el 432-430 a .C., donde salvó la vida a AlcibÃades; en Delio en el
424 a. C., y AnfÃpolis en el 422 a. C.
De vida sobria y austera, siempre contó con escasos recursos económicos,
Sócrates supo rodearse de los personajes más influyentes del momento,
asà como de un nutrido cÃrculo de alumnos a los que gustaba cuestionar
continuamente sus creencias y certidumbres. Este continuo "
aguijonear"
a todos le situarÃa finalmente en una situación tan controvertida
y arriesgada que le llevó a su condena a muerte por el Tribunal de los
Quinientos en el año 399 a. C.
(Ver el juicio y la defensa de Sócrates)
El modo con el que afrontó estos trances, inmortalizados por Platón en su Apologia
(ApologÃa de Sócrates),
y en los diálogos Critón y Fedón, convirtieron a Sócrates en modelo clásico de
filósofo antiguo y en maestro imperecedero de la cultura occidental.
La mÃtica fealdad de un maestro
De pequeña estatura, vientre prominente, ojos camaleónicos y nariz exageradamente respingona,
la figura de Sócrates era motivo de chanza. AlcibÃades lo comparó con los silenos, los seguidores ebrios
y lascivos de Dioniso.
Platón consideraba digno de ser rememorado el dÃa que se lavó los pies y se
puso sandalias, y Antifón, el sofista, decÃa que ningún esclavo querrÃa ser tratado como él se trataba
a sà mismo. LLevaba siempre la misma capa, y comÃa y bebÃa lo más barato. Pero lo sorprendente es que
un hombre asà acabara siendo considerado por los griegos -que creÃan que la belleza del alma armoniosa
se reflejaba en la armonÃa del cuerpo- como modelo del decoro filosófico.
Tras Sócrates, el primer heleno que fue feo, admitieron que un cuerpo silénico puede estar dirigido por un alma hermosa.
Estuvo casado con Jantipa, una mujer de reconocido mal genio, y de la que tuvo tres hijos.
La filosofÃa
El interés de la reflexión filosófica se centraba entonces en torno al
hombre y la ciudad, abandonando el predominio del interés por el estudio
de la naturaleza. Probablemente Sócrates se haya iniciado en la filosofÃa
estudiando los sistemas de Empédocles, Diógenes de Apolonia y Anaxágoras,
entre otros. Pero pronto orientó sus investigaciones hacia los temas más
propios de la sofÃstica que en los primeros años de la vida del filósofo
conoció su época de esplendor en Atenas.
(Ver la
filosofÃa anterior a Sócrates: los Presocráticos)
El rechazo del relativismo de los sofistas llevó a Sócrates a la búsqueda
de la definición universal, que pretendÃa alcanzar mediante un método
inductivo; probablemente la búsqueda de dicha definición universal no
tenÃa una intención puramente teórica, sino más bien práctica.
Sócrates creÃa en la superioridad de la discusión sobre la escritura, no dejó
nada escrito, y por lo tanto pasó la mayor parte de su vida de adulto en
los mercados y plazas públicas de Atenas, iniciando diálogos y
discusiones con todo aquel que quisiera escucharle, y a quienes solÃa
responder mediante preguntas. Este comportamiento correspondÃa a la esencia de
su sistema de enseñanza, un método denominado mayéutica, o arte de
alumbrar los espÃritus, es decir, lograr que el interlocutor descubra sus
propias verdades.
Según los testimonios de su época, Sócrates era poco
agraciado y corto de estatura, elementos que no le impedÃan actuar con
gran audacia y gran dominio de sà mismo. Apreciaba mucho la vida y alcanzó
popularidad social por su viva inteligencia y un sentido del humor agudo
desprovisto de sátira o cinismo.
Actitud hacia la polÃtica
Sócrates fue obediente con las leyes de Atenas, pero en general evitaba la polÃtica,
contenido por lo que él llamaba una advertencia divina. CreÃa que habÃa
recibido una llamada para ejercer la filosofÃa y que podrÃa servir mejor a su paÃs
dedicándose a la enseñanza y persuadiendo a los atenienses para que
hicieran examen de conciencia y se ocuparan de su alma.
No escribió ningún libro ni tampoco fundó una escuela regular de filosofÃa.
Todo lo que se sabe con certeza sobre su personalidad y su forma de pensar
se extrae de los trabajos de dos de sus discÃpulos más notables: Platón,
que atribuyó sus propias ideas a su maestro y el historiador Jenofonte,
un escritor prosaico que quizá no consiguió comprender muchas de las
doctrinas de Sócrates.
Platón describió a Sócrates escondiéndose detrás de una irónica profesión
de ignorancia, conocida como
ironÃa socrática, y poseyendo una agudeza
mental y un ingenio que le permitÃan entrar en las discusiones con gran
facilidad.
Otro pensador y amigo influenciado por Sócrates fue AntÃstenes, el fundador
de la escuela cÃnica de filosofÃa. Sócrates también fue maestro de
Aristipo, que fundó la filosofÃa cirenaica de la experiencia y el
placer, de la que surgió la filosofÃa más elevada de Epicuro. Tanto
para los estoicos como el filósofo griego Epicteto, como para el
filósofo romano Séneca el Viejo y el emperador romano Marco Aurelio,
Sócrates representó la personificación y la guÃa para alcanzar una
vida superior.
La obra de Sócrates (sinopsis) (1)
CrÃtico de la democracia ateniense y de la sofistica
Reprocha Sócrates algo importante a la democracia ateniense y al movimiento sofÃstico
que crece a su estela: no es la voz de la mayorÃa o la de un discurso convincente la
que decide qué es bueno o justo, sino que esto, el bien y la justicia, tienen realidad por
sà mismo, no están sujetos a nuestra voluntad, no son relativos a ella, a nuestro interes,
como dicen los sofistas, aunque sean accesibles a cualquiera, siempre que se use
adecuadamente su razón.
El diálogo como centro de la indagación filosófica
El diálogo entre diferentes inteligencias en pos de lo verdadero será para él, pues,
la única fuente de la que puede brotar una Justicia compartida.
Este diálogo sólo será útil y podrá alcanzar un mayor acercamiento a lo verdadero,
eso sÃ, arrancando desde una cierta distancia irónica respecto a un presunto saber,
frente a nuestros pre-juicios, y no es realizado, pues, como un simple deseo de triunfo.
El diálogo como mayéutica
El método adecuado, similar en algún sentido al oficio de su madre, será “mayéutico” porque,
como la comadrona (mayéutica), el verdadero diálogo ayuda a extraer de sÃ
y de otros los buenos argumentos, aunque también hace posible arrancar las presunciones erradas de
cualquier falso saber que tengamos. Sólo con estos supuestos- eliminando de
raÃz nuestros falso conocimiento y emprendiendo una búsqueda sincera de la verdad, una autentica
filosofÃa- podremos estar en disposición de abrirnos a lo mejor, al bien.
La IronÃa
La ironÃa será el centro de su método, atravesando todas sus conversaciones con aquellos que
saben- a los que se dirige, dice, irónico sin duda, para ratificar o comprender al
oráculo délfico, que, según la ApologÃa platónica, habÃa proclamado a Sócrates
como el más sabio de los atenienses.
Arranca sus preguntas, pues, con la aceptacion de su no saber frente al saber
de su contertulio (el sofista, el polÃtico, el hombre piadoso, el soldado valiente, o
el amante orgulloso, que presumen conocer la virtud polÃtica, la piedad, el
valor, el amor..) del que se muestra dispuesto a aprender lo necesario para salir de
su ignorancia, pero será, tras un minucioso interrogatorio sobre eso que dicen saber,
el posterior desmentido sobre el conocimiento real de su interlocultor,
incapaz de responder coherentemente las preguntas que versan sobre aquello
que presuntamente sabe, lo que le lleve a afirmarse irónicamente como más sabio,
pues al menos él sabe que no sabe y, por ello, se muestra incansable (filósofo)
en su afán de saber, frente a la placidez con que aquellos dan por seguro su falso saber.
Autoconocimiento, bien y felicidad como fines del pensamiento socrático
No puede haber felicidad ni bien, considera, en la ignorancia y menos en
la mayor de todas, en aquella que se ignora a sà misma, que vive sin reconocerse
como tal. Sólo conociéndose, descubriendo sus lÃmites, pueden los humanos obedecer la consigna
del dios délfico que se anuncia en el frontispicio de su templo:
"Conócete a ti mismo" (gnóthi seautón).
El objeto final del pensamiento socrático se centrará, por ello, en los
tratos de los humanos consigo mismos y con la polis, en lo que nosotros llamariamos ámbito
moral y polÃtico, abandonándose, desde esta perspectiva exclusivamente cÃvica,
toda pretensión sobre la fisis, sobre la naturaleza, como superflua.
El descubrimiento del concepto en la indagación por la verdad
Intentar responder las preguntas socráticas favorece el descubrimiento del concepto
como fruto del diálogo, de un lenguaje común(logos).
Este será el aspecto que años después destacará Aristóteles como
descubrimiento perdurable del pensamiento socratico. El concepto de aquello por lo
que nos preguntamos, puede ser verdadero o falso, real o imaginario.
Despejar nuestra mente de falsos conceptos, podrÃamos decir, será
el fin de sus preguntas y de este modo predisponernos a encontrar los verdaderos.
En los diálogos claramente socráticos de Platón, sin embargo, no encontramos nunca
término para estos asuntos, sà un reiterado deseo de saber, empezando de nuevo cualquier
cuestión, planteándola desde otra perspectiva, sin descanso, y
un fuerte sentido crÃtico y autocrÃtico.
Aspectos de la ironÃa socrática
“La ironÃa socrática es una ironÃa interrogante; con sus preguntas, Sócrates
disgrega las macizas cosmogonÃas de los jonicos y el asfixiante monismo de
Parménides. Sócrates es un sofista que salió fallido, un sofista que
se burla tanto de la sofÃstica como de la ciencia de los meteoros
(atribuida a los sabios presocráticos)… lo que les reprocha Sócrates a
los charlatanes es empezar la casa por el tejado, improvisar en
vez de analizarÂ… acribilla a los vendedores de frases bonitas, y se regodea reventando
el odre de su elocuencia, desinflando esas vejigas de un saber hueco.
Sócrates es la conciencia de los ateniense… en su función observamos
la disparidad de efectos de la ironÃa, ya sea que nos libre de nuestros terrores
(a la muerte, por ejemplo) o nos prive de nuestras creencias.”
“En contacto con él, los hombres pierden la engañosa seguridad de las falsas
evidencias, porque después de haber escuchado a Sócrates, ya no es posibe
seguir durmiendo con la cabeza apoyada en la almohada de las viejas certidumbres:
se acabó la inconsciencia, la tranquilidad, la felicidad. Aguijonea a los inconscientes,
los tiene en vilo: Eutifrón, mojigaro medroso; Laques, el militar;
Hipias, el sabidillo, charlatan… A todos los lleva hacia el callejón sin salida,
los hunde en la perplejidad de la aporÃa, que esel trastorno sintomático producido
por la ironÃa. Y esto una vez que han tomado conciencia de su ignorancia, con ese malestar
que nace de la contradicción…”
“No hay ingnorancia que la ironÃa no pueda inducir a reconocerse como tal.
Sócrates desinfla la complacencia satisfecha; vuelve a los hombres descontentos,
escrupulosos, dificiles para consigo mismos, les trasmite la comezón de querer
conocerseÂ… Sin embargo aquellos adoran en el fondo el error descansado de que
Sócrates viene a liberarlos… de modo que el filósofo atraerá hacia sà la sospecha:
Sócrates beberá la cicuta.”
(La ironÃa, Vladimir Jankelevicht, Taurus, 1982, pág. 12-15)